By: Tyler Clark
Abstract
Through the examination of social and political culture in the Federative Republic of Brazil, one can see the roots of corruption and poverty that has plagued the country since its foundation. Through the consideration of multiple sources, this paper states how both Brazil’s culture and its government facilitate and even encourages corruption throughout Brazilian society. While there have been some efforts to combat corruption and the poverty it is exacerbating, these attempts do not seem to fully combat the issue which has found a poster child in the classic favelas that one sees in Rio de Janeiro and most all of Brazil’s major cities. Within the paper it is suggested that both drug trafficking and police corruption be handled before getting down to the real issue of poverty in Brazil.
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La Corrupcion y la Desigualdad Social en Brasil
En su obra Las venas abiertas de Latinoamérica, Eduardo Galeano afirma que “la economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer posible la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto civilización alguna en la historia mundial” (23). Lo que plantea Galeano es parte de la realidad de una Latinoamérica que aun presenta resabios de opresión y colonialismo europeo. Ningún otro país es mejor ejemplo de ello que el país más grande de toda Sudamérica, la República de Brasil. Desde sus comienzos como una colonia portuguesa en la costa atlántica en el siglo XV hasta la primera república (1889-1930) seguido por las presidencias y dictaduras del llamado ‘péndulo cívico-militar’ de Latinoamérica en el cual se sucedieron regímenes democráticos y militares, Brasil siempre fue un país con gran extensión territorial. Desafortunadamente, la desigualdad social ha existido como una constante a lo largo de su historia. La concentración de riqueza radica en las manos de unos pocos, especialmente en la región sudeste. No obstante, hubo algunos esfuerzos para disminuir o eliminar la pobreza en Brasil, tales como en el régimen militar y dictatorial de Getulio Vargas (1930-1945; 1951-1954) y hasta en la reciente presidencia de Lula da Silva (2003-2011), pero estos esfuerzos han sido insuficientes para lograr cambiar siglos de desigualdad, y aun cuando el crecimiento económico del país en la última década ha sido notorio, esta desigualdad sigue existiendo, subyugando a millones de personas para el beneficio de unos pocos. Esta situación es síntoma de una larga lista de factores tales como la corrupción, la propia cultura brasileña, y la debilidad del asistencialismo estatal. El objetivo de este trabajo es demostrar que la desigualdad social y económica en Brasil tienen raíces históricas que, a pesar de la modernización de ciertos aspectos y de ciertos sectores de la sociedad brasileña, se siguen exacerbando. Se advierte también que la corrupción, junto con la complicidad del gobierno, especialmente los funcionarios ex officio, contribuyen a la prolongación de la desigualdad en el país.
De los problemas que aquejan al país, ninguno es tan claro como la corrupción. La corrupción no existe en Brasil como un fenómeno fuera del sistema, sino algo integral al sistema que forma parte de un conjunto de problemas en el país. Además, la corrupción está vinculada a la desigualdad (Perlman 41). Un ejemplo de esto son las favelas brasileñas, conocidas por la considerable población pobre que ha vivido dentro de sus límites durante generaciones. Las favelas son barrios que se han extendido más allá de la capacidad infraestructural de la ciudad. En Río de Janeiro, las favelas escalan las montañas que rodean el centro urbano y que apenas tienen contacto con el centro comercial y político de la ciudad. Por lo tanto, no tienen acceso a los servicios urbanos como el agua, la electricidad, y el transporte. Es solo a través de la iniciativa de los propios residentes que logran conectarse clandestinamente con los servicios de la ciudad.
La corrupción permea las favelas por una razón obvia: la manipulación de los votos (Perlman 41). En Rio de Janeiro por ejemplo, si bien escasea la construcción de obras públicas destinadas a mejorar la infraestructura y el estilo de vida de los residentes, éstos se alegran de todos modos cuando el gobierno arriba para finalizar cualquier proyecto (Trouble en Route 433). Trabajan en forma conjunta con los narcotraficantes para saber las necesidades de los habitantes de la favela y después utilizan la información obtenida para actuar en favor de la población (Trouble en Route 433). Lo perciben como un regalo o un favor, y una señal de que al gobierno le importa la población pobre. Lamentablemente, el gobierno aprovecha esta situación y solo hace obras públicas en las favelas cuando el período electoral se acerca. Este patrón significa que hay poco gasto público y que las favelas no mejoran como deberían con la asistencia del gobierno. Por otra parte, el gobierno sigue con una fuente de votos constante y leal solo por dar asistencia cuando le convenga.
Durante la Segunda República (1946-1964) y después de la dictadura que duró desde 1964 hasta 1985, los políticos mantuvieron a las favelas en la conciencia del público al asegurar que fueran constantemente el objeto de escrutinio para los medios masivos cada vez que se acercaban las elecciones (Arias, Drugs, 27). En 2010, el gobierno empezó a sacar a los narcotraficantes, los previos “gobernadores,” de las favelas y el gobierno empezó a recuperar el control. En algunas favelas, especialmente en las zonas al oeste y al norte de Rio, eran las milicias que gobernaban en vez de los narcotraficantes. Las milicias están conformadas por policías, bomberos, y otro personal del gobierno, en general ex officio. No obstante, aun cuando los narcotraficantes tuvieron que ceder su poder en las favelas ante el ímpetu del gobierno, las milicias siguieron con sus tácticas de extorción a sus ex-compañeros de trabajo en el gobierno y hoy las milicias controlan las favelas (Rohter). Este favoritismo por las milicias de parte del gobierno, aunque ilegal, permanece aún y queda como ejemplo de la corrupción del gobierno y cómo afecta a la gente marginada. Los que pueden sobrevivir y prosperar al margen del sistema son los más habilidosos, los que mejor hacen un “jeito” (gesto) como se dice en Brasil, y los demás pierden. Los habitantes de las favelas representan el sector social más desposeído, y el predominio del “jeito” para poder superarse, irónicamente, asegura que siempre quedan atrás (Rohter 34).
“Hacer un jeito” es una parte integral de la cultura brasileña que es similar al concepto de viveza criolla, en el cual una persona busca una manera de sacar un beneficio o ventaja por fuera de las normas sociales. Desafortunadamente, este fenómeno cultural anima a la gente a vivir al margen de la ley. En realidad, crea una jerarquía de poder que no le permite a la gran mayoría de la gente a mejorar su posición social. El gobierno fomenta este tipo de participación al margen de la ley porque fija impuestos enormes que se imponen en casi todo lo que está importado o producido dentro del país. Entre 2002 y 2009, los impuestos indirectos aumentaron ochenta y cinco por ciento para la industria agroalimentaria y cincuenta y un por ciento para la industria de ropa (Salama 18-19). La alta tasa de impuestos provoca las empresas a buscar alternativas o tecnicismos impositivos para evitar los impuestos. Las empresas contratan a los mejores profesionales para ayudarles a evitar la alta tasa de impuestos porque es más barato pagarles a ellos que pagar los impuestos.
Tales situaciones, a lo largo de la historia, han marcado la cultura y sociedad brasileñas. Décadas de desconfianza en el gobierno debido a la dictadura de los setenta y ochenta y las repúblicas y democracias corruptas regladas por los estados de San Pablo y Minas Gerais han llevado a que la población admire a los que no tienen que actuar dentro del imperio de la ley. Larry Rohter comenta sobre este fenómeno en su libro Brazil on the Rise cuando expresa que “many Brazilians thus see the law as an instrument of power and coercion, and not of justice. It therefore becomes a point of pride, even an obligation of sorts, to try to avoid obeying the law and to attempt to get away with as much as possible” (41). Según Rohter, el orgullo personal lleva a muchos brasileños a intentar ganar lo que puedan en tan poco tiempo como posible y estas prácticas animan a actos destructivos contra la sociedad. Tales prácticas han existido desde la época de la colonia portuguesa y siguen hoy en día, una situación que revela las raíces históricas de las estructuras de poder en el país.
Según Rohter, el orgullo de los brasileños también viene con una cultura del olvido. Los brasileños son conocidos en Latinoamérica por su falta de manifestaciones sociales, al contrario de lo que se ve en los países vecinos. Rohter sugiere que esto ha sido el caso tal vez porque Brasil obtuvo su independencia pacíficamente en vez de a través de una revolución (Rohter 20). Esta actitud relajada es una característica de la identidad brasileña, y está atribuida a la situación social y política que ha reinado en el país. La persistente desigualdad social y la falta de oportunidades de empleo para muchos pueden ser la causa de esta actitud desprecupada en lo que concierne el futuro y la posibilidad de crear cambio porque perciben que los cambios profundos no se van a realizar nunca. Se ha dicho que “cada quince años a los brasileños se les olvida todo lo que ha pasado en los últimos quince años (Rohter 49)”. La razón por esta falta de participación política también se debe a la corrupción persistente. En el imaginario colectivo se supone que el cambio es imposible puesto que el gobierno ya está asociado con algún cartel o asociación mafiosa. Debido a este sentimiento de impotencia generalizado en las favelas, a la mayoría de los brasileños desposeídos y marginados no les importa lo que pase en el país y se desconectan de los procesos políticos y electorales. Esta cultura del olvido refleja lo que afirma la investigadora Leela Fernandes, “The politics of forgetting refers to a political-discursive process in which specific marginalized social groups are rendered invisible within the dominant national political culture. Such dynamics unfold through the spatial reconfiguration of class inequalities” (2415-2430). En Brasil, la cultura del olvido facilita la ceguera del gobierno frente a las favelas y la gente desesperada que reside en ellas.
La desigualdad en Brasil también está marcada por la discriminación racial. Más de la mitad de la población del país es negra (54%), y el ingreso medio para esta población es 41.5% menos que el de los blancos (Salama 11). La corrupción que se ha descrito anteriormente amplía y ensancha la marginación de las minorías que representan la gran mayoría de la población de las favelas. Aún no está claro si la falta de acción en las favelas es por miedo al gobierno o solo por una población que se siente impotente después de muchos años de problemas políticos. Lo que queda claro es que hay una cultura en el país que no fomenta el cambio necesario para su desarrollo (Why is Brazil). A mediados de 2013, había protestas masivas en la mayoría de las ciudades del país en donde los manifestantes y la policía se enfrentaron en las calles del centro y en los barrios de las casas del gobierno (Gonçalves). Sin embargo, poco a poco las manifestaciones se terminaron y parece que ya olvidaron los problemas por los que protestaron y ahora se suman una vez más en su estado pacificado. Es un ejemplo de cómo el activismo político no se sostiene, y por lo tanto la población se beneficia muy poco del activismo social, y como consecuencia las soluciones duraderas no se realizan.
Estos problemas son síntomas mayormente de la pobreza y la corrupción junto con la falta de apoyo que reciben aquellos que viven al margen del sistema (como en las favelas). Una posible solución a estos problemas comienza con el propio gobierno. El gobierno de Getulio Vargas, a los comienzos del siglo veinte, trató de aliviar la pobreza en las favelas, pero desde la época de Vargas ningún gobierno, con la excepción de las presidencias de Lula da Silva y Rousseff, se ha dirigido a luchar contra la corrupción y la pobreza que afligen a la población en las favelas. Recientemente, un proyecto, empezado por el gobierno de Lula da Silva (Luiz Inácio Lula da Silva; 2003-2011) y continuada por el gobierno de la Presidenta Dilma Rousseff (desde 2011), ha consistido en ofrecer una bolsa económica para las familias pobres de las favelas. Esta bolsa les da una cantidad de dinero a las familias que viven en la pobreza. Para cada niño que asiste a la escuela, el gobierno les paga para que los niños no tengan que trabajar por la familia. Sin embargo, este tipo de asistencia todavía no es suficiente para los múltiples problemas que existen en la sociedad brasileña.
Hay varias iniciativas que el gobierno podría emprender para iniciar los cambios necesarios. Primero, hace falta reestructurar el sistema educativo. Por ejemplo, existe una desigualdad enorme entre las escuelas privadas y las escuelas públicas (Honrato y Sampaio 80). Esta desigualdad exagera aún más la disparidad entre las posibilidades para el futuro entre los pobres y los ricos. Dice Honrato y Sampaio, “[Una de las consideraciones] puede ser basadas en la educación y sus relaciones económicas… la educación parece ser el factor explicativo más importante en cuanto a la determinación de salarios y la desigualdad de sueldos en Brasil” (87). Dentro del sistema de la educación pública en el país, los profesores tienen sueldos bajos, lo cual implica que no se pueden dedicar plenamente a los jóvenes estudiantes porque apenas ganan lo suficiente para vivir cómodamente ellos mismos. La presión económica de los padres ocasiona que muchos niños trabajen, y esto contribuye a la alta cantidad de estudiantes que no finaliza sus estudios. Por lo tanto, muchas veces los adultos que egresan de las escuelas públicas normalmente están menos preparados que los jóvenes con más poder adquisitivo que pudieron asistir a una escuela privada. Esta desigualdad asegura y refuerza la continuación de los problemas sociales del país de generación en generación. La bolsa económica que ofreció el gobierno de Lula da Silva ayudó definitivamente, pero no fue lo suficiente para convencer a los pobres que no mandaran a sus niños a trabajar y perder la oportunidad de estudiar (Honrato 93) . Este paso importante que los últimos dos presidentes han llevado a cabo significa que el gobierno ha empezado a dirigirse a los problemas que existen en la sociedad. Sin embargo, es poca ayuda frente a la magnitud del problema.
Segundo, para eliminar o disminuir la pobreza, el gobierno necesita asesorarse y analizarse para empezar la lucha contra la corrupción desde adentro. La corrupción dentro del gobierno asegura que los pobres permanezcan pobres para ganar los votos y asegurar la victoria en elecciones. Los cambios deben empezar por la policía, ya que hay mucha corrupción dentro de su asociación (especialmente a mediados de la década 2000). Hay muchos que están vinculados con los carteles narcotraficantes o con las milicias que tienen poder en muchas favelas donde no hay ni gobierno ni narcotraficantes. Este problema con la policía puede generar muchos problemas de desigualdad ya que ellos protegen a los narcotraficantes para que se queden con el poder. En las favelas donde los narcotraficantes son los que gobiernan, agarran a los niños cuando son jóvenes para obligarles a trabajar por ellos y vender drogas. Cuando los niños trabajan por los narcotraficantes, no van a la escuela y se retrasan. Su “única” opción es juntarse al cartel donde mueren o contribuyen a la matanza de miles de inocentes en las ciudades brasileñas.
Tercero, el abuso del poder se ve replicado en los políticos. Muchos políticos andan del brazo con los carteles y las milicias que a través del chantaje aseguran que las poblaciones en las favelas favorecen a sus políticos protectores, proporcionándoles así los votos y el apoyo político de las poblaciones. Cuando los políticos trabajan con los narcotraficantes, están participando en y prestando legitimidad a la extorción y la violencia. Esto termina en un sistema que es costoso y trágico tanto económicamente como socialmente porque todos los que necesitan ayuda la pierden por ganancias políticas o a causa de la extorsión. La corrupción en general, y la extorsión en particular son los problemas que más contribuyen a la persistencia de la desigualdad. Debido a la corrupción interna, las poblaciones desposeídas no pueden beneficiarse de la poca ayuda gubernamental que reciben. La falta de asistencia asegura que los problemas sociales en el país perduran. La poca asistencia que dio el gobierno de Lula a los pobres durante su presidencia ayudó a muchos de la clase pobre a ascender a la clase media baja y pagar por sí mismos y asegurar que sus niños fueran a la escuela. Asímismo, esta asistencia no representó un costo significativo para el gobierno, cuyos ingresos son altos comparados con el gasto social en el país. Con una mejor distribución de dinero y medidas serias dirigidas a atacar la corrupción el gobierno podría reducir la pobreza, pero sigue siendo un desafío muy grande.
Los problemas que tiene Brasil son mayormente producto de la época colonial, cuando los portugueses trajeron muchos esclavos provenientes de África (Brasil tenía la población más grande de esclavos africanos del mundo). Como afirma Rohter en su libro, “African chattel slavery would prove over the centuries to be the worst kind of curse for Brazil. It endured until 1888, a quarter of a century after it was abolished in the United States, and left a legacy of racism, poverty, and social discrimination and marginalization that continues in the country in the twenty-first century” (14). La desigualdad social junto con la corrupción y los problemas sociales del país significan que la población más humilde es víctima no solo de la historia sino de los problemas que surgen nuevamente hoy en día. Mientras gran parte del pueblo lucha por sobrevivir el gobierno brasileño ignora estos problemas para invertir en eventos como la Copa Mundial de 2014, los Juegos Olímpicos de 2016, y La Jornada Mundial de la Juventud en el verano de 2013. Como dijeron los manifestantes brasileños durante las manifestaciones de los comienzos del verano de 2013, hay que mejorar el sistema educativo, el sistema de salud, y mejorar la calidad de vida a los estándares de FIFA antes de pagar por la reconstrucción de estadios con los mismos estándares que requieren ellos. Este mensaje es el más fuerte porque delinea los problemas que hay en el país y marca los motivos por los cuales los manifestantes lucharon. Estos problemas son síntomas de grandes problemas sociales y económicos arraigados en la cultura e historia de Brasil. Para que la prosperidad que ha logrado el país en las últimas dos décadas sea de todos los brasileños, el gobierno tendrá que combatir la corrupción y asegurar la asistencia social para los más necesitados.
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